Es un día tan, pero tan hermoso.
Abrió sus ojitos una bellísima mañana, giró su hermosa cabeza hacia la izquierda, seguida de su hermoso, cano y rizado pelo, para ver la hermosa vista de la hermosa montaña que le daba la bienvenida a otro día perfecto y sí, hermoso.
Equinoccio de primavera.
Y desde la comodidad de su cama, pensó: “¡Qué padre! ¡Tantas cosas que hacer hoooy!”, esperar al bien amado a que regrese de pasear a sus dos perritos, al “Gordo y al Flaco”, como cariñosamente les decía; nombres reales no eran, eran más bien apodos melosos, poco creativos, e insufriblemente ñoños… “muy simpáticos”, decía ella.
Apodos que, cuando eran escuchados por su amor, y siempre y cuando ella no lo viera, provocaban inmediatamente en él una reacción pavloviana: apretón de puños, rotación ocular (de esos ojazos verdes que “solo alrededor del 2% de la población mundial tiene”) en 180 grados con dirección de abajo hacia arriba, para terminar inclinando levemente la cabeza hacia la izquierda viendo al cielo, continuar la mueca torciendo la boca y frunciendo el ceño onda “no mames güey”, y cerrando el gesto con elevación de cejas y suspiros.
Pues sí, quehacer muchísimo, esperar su mensaje: “Amor, ¿me ayudas?” seguido inmediatamente de otro: “Gracias”. Bajar del primer al segundo piso rápidamente, agarrar correa, llaves y celular, salir al jardín, abrir el portón y rápido, amarrar a los otros tres perros, los del vecino, para que no se peleen.

Realmente no llegaba ni a amarrarlos, era más como ponerles la correa y distraerlos o retenerlos, mientras el Gordo y el Flaco entraban buscando bronca. Bueno, el Gordo lo que buscaba era comida, y hacerse pendejo caminando lo más despacio que podía, dando tres pasos parsimoniosamente, y viendo hacia atrás, exhausto del viaje mañanero a la montaña.
El Flaco, ese sí, bravísimo, de a tiro era un gandalla al que había que atemperar.

Aprovechaba la distracción para jugar, aunque fuera tres minutitos con uno de los perros del vecino, “El Vago”-su favorito-, tapándole los ojos. “Peekabooo” “Peekabooo” “Ay, ¿¿¿dónde estará escondido este perrito lindooo???” “Vaguito lindooo” “¿Dónde está el Venancio Vagancioooo? Aki táaaa, aki táaa” “Peekabooo”; hasta que escuchaba el grito detrás del portón café “YAAA”, tras el cual corría a los brazos de su alma gemela.
Hoy había que iniciar el día regando el pasto, porque se oía correr el agua, y cuando el agua corría, era día de regar.
Regar, fregar y lavar la ropa.
También había que hacer el desayunito, ¿qué exquisitez prepararía para su special someone? Tocaría algo sencillo; andaba de apuro: un omelette “vegetariano” sobre espejo de salsita de guacamole y de topping dos slices de queso panela asado, ni pan ni tortilla, pero sí good carbs: rodajas de papa – con todo y cáscara- de unos buenos 2 cms de grosor previamente masajeadas con aceite de coco, paprika, cúrcuma, pimienta y poquita sal de mar (de Colima porque había que consumir local), perfectamente doradas en el Air Fryer. Café criollo, sin azúcar, sin leche, pero sí con cardamomo y un vasito con agua, para finalizar.
“Y sin pan dulce, coshita, porque como “hemos” subido de peso… mejor “nos” cuidamos…”. Y mientras sucede esa cocción, pues había que echar ropa a lavar, tender la cama y preparar las crudités del Flaco, su snack mañanero que religiosamente había que darle, simultáneamente, mientras ellos desayunaban.
Había que bajar a la plaza central a ver, al menos, uno de los eventos, que dentro del marco conmemorativo del equinoccio de primavera MMXXV, habría hoy, viernes, mañana, sábado y hasta el domingo, festejos propios del fenómeno astral de ese maravilloso pueblo mágico, místico y de enorme bagaje cultural en el que residían.
“Ay, a las 11 am hay danza prehispánica, ¡qué boniiiiitoooo! Y a las 4pm, ¡un grupo de danzantes autóctonoooos! ¡Ay, con sus conchitaaaas y su taparrabitoooos! Mira, ¡hay más! … Cómo nuestros pueblos pueden ser tan creative, ¿nooo? ¿Y sabes lo que más me impresiona? Que quien menos tiene, es quien más te daaaa. ¡Son maestros de vida! ¡Gracias Universo por permitirme vivir hoy!, gracias porque puedo ser y estar… Banda de rock a las 5pm… mmm bueno, eso no me parece taaan lindo, o sea… como que no va… ¿Por qué meten algo totalmente asincrónico, algo que nada tiene que ver con nuestras raíces, qué onda con el brazo cultural del municipio? ¿Quién lo dirige? ¿Y por qué el Patronato amigos de … no lo prohíbe? ¿Qué no hay una curaduría aquí, o qué? Pfffffff. Tan bien que íbamos chihuahuas, rock, o sea… Mmmm. ¡Ah! Vuelve a mejorar -happy -happy- joy – joy- -happy -happy- joy, para cerrar con música prehispánica… Uy, qué padreee, me encantaaaa, A M O o o o… Oyeeee, lo que sí no-me-puedo-perder es el tributo a Caifanes a las 7 pm del domingo 23… ¿vamos bebé?”
Había que “recoger” la casa. Luego de tender la cama, aprovechar para doblar y guardar la ropa en los clósets, arreglar el baño y por supuesto la cocina, sobre todo la cocina, porque de no hacerlo, a los 30ºC en el equinoccio de primavera, también tendrían su evento conmemorativo las mágicas, místicas y de enorme bagaje cultural cucarachas, hormigas, arañas, alacranes, mosquitos, gusanos, … palomillas, cienpiés, vinagrillos y demás bichos que, entre los adobes hechos a mano de esa casa, residían.
Terminado lo demás, ahora sí, tendría que ponerse a trabajar en serio. Luego, hacer un stop para preparar la botana y una agüita de jamaica (sin azúcar). Regresar a trabajar y, stop para hacer la comida (“Porque somos lo que comemos bebé, todo debe estar fresco y acuérdate que se le va el pranna una vez que lo metes al refri”). Alzar la cocina otra vez y preparar algún otro snack, o adelantar alguito de la cena, para volver a subir, trabajar, y de nueva cuenta stop, para que el Gordo y el Flaco puedan salir a su paseo de las 5:30 pm sin ser perseguidos por los perros del vecino. Subir a trabajar y “Amor, ¿me ayudas?” “Gracias”, bajar. Salir, “ Peekaboo”, “Aki táaaaaa”, “YAAA”, ir al baño a hacer del 1 y del 2, asegurarse de saltar bien-bien en la taza del baño, para tratar de que se le salga lo menos posible la chis al levantarse, por lo de la incontinencia menopáusica; asegurarse de limpiar bien-bien la cotorrita recordando la lección materna, que décadas después y tras una fuerte infección en vías urinarias y riñón, fuera doblemente recordada por el urólogo de la contracultura: “de adelante hacia atrás”, “así no jalas la Escherichia coli a la vagina”, “y si puedes no uses calzones, ni brassiere … ponte falda larga… o corta… el chiste es que andes ventilada, así como yo”.
Faltó mencionar el Zoom de unas tres horas para discutir pendientes laborales, enviar los highlights al jefe y los acuerdos a los compañeros del equipo; actualizar la agenda esotérica con los movimientos planetarios que tanto afectarían los siguientes días, específicamente del 23 de marzo al 7 de abril, porque además del eclipse solar del 29, y del ingreso de Lilith a Escorpio, muchíiiismos planetas pasarían de Piscis a Aries.
Preparar la cena, apapachar perritos, revisarlos exhaustivamente buscando bultitos, manchitas o lunarcitos “raros”, cualquier cosa que pudiera parecer, generar o ser pre-cancerígena. Bañarse (un ritual aparte), encremarse -haciendo afirmaciones positivas como herramienta de autoestima y autocuidado-, sonreírle a su reflejo en el espejo al ver qué largo tenía ya el pelo, ponerse camiseta y chones del marido para dormir como el de la contracultura, saltarse la cena para alinearse al ciclo circadiano y ayudar al hígado en su proceso detox, -aunque realmente lo hacía con un fin distinto, echando mano de ese maravilloso pensamiento mágico que le era tan característico y del que se ufanaba, pues lo concebía como reminiscencias de su pasado ancestral, identitario y de mujer medicina tenochca: ser flaca. Ver uno, dos o tres episodios de “Business Proposal”, k-drama que le provocaba carcajadas estrepitosas, audibles hasta la casa de su hermana que vivía a dos horas de distancia y quien nomás de escuchar lo sabroso que se reía, enseguida le llamaba para ver en qué parte iba, para alcanzarla y llorar de risa juntas un rato. Al terminar, tocaba dividir la pantalla del celular para poder Tiktokear y dibujar mandalas de animales a gusto. El día no podría estar completo sin cerrar con más agradecimientos y manifestaciones dirigidas al cosmos, y escuchando cantos sufis por 40 minutos para dormir bendecida, aunque al del 2% de la población, le bastaran dos minutos para empezar a balbucear y otro más, para roncar.
Todo eso tocaba hacer.
* * *
Es un día tan, pero tan hermoso, que nada más de ver pasar frente a sus ojos la película completa de todo lo que le tocaba hacer, estando todavía amodorrada en la cama, decidió que a partir de ese momento y para siempre, se arrastraría para caminar nunca más. Su vida la regiría con la Ley del mínimo esfuerzo, onda Don Jaimito, “para evitar la fatiga”, por lo que todo aquello que implicara demasiada cosa, o siquiera elevar su cuerpo del piso, sería un gran no-no.
De pronto, una vez tomada esa decisión a rajatabla, su tonal fue el perezoso. Y todos sus movimientos fueron así de ágiles. Igualitititos a los del perezoso comiendo jícamas y zanahorias, tendido sobre su espalda
-YAAAAWWWWWNNN- (bostezo con mega flojera, largo, prolongado y con vaho oloroso, seguido por un MT, MT, MT, entreabriendo la boca y chasqueando para acomodar la lengua pastosa dentro de la hoquedad bucal).
“¡Qué piiiiinche hueva!
Mi cuerpo no quiere hacer na-da (bostezo). Mi mente, menos. Es tanta, pero tanta la hueva que tengo -YAAAAWWWWWNNN, MT, MT, MT, que solo haré lo supremamente necesario y lo que, como diría mi abuelita Ceci, buenamente se pueda m’ijita…” suspira como si se desinflara, pero con modorra.
“Y que digan que al menos me arrastro… si quieeeereen.” Vuelve a bostezar como si eso contara como actividad.

“Vengan chiquitos míos”, les dijo con voz chiqueada y haciendo duckface, pero amorosísimamente al “Amor, ¿me ayudas?” “Gracias”, y a sus dos perritos, mientras los tomaba entre índice y pulgar, de lo alto de la montaña a donde habían ido a pasear, y, cuidadosamente, los metía a su “cajita mágica” que había sido en su momento, “curada” y protegida por su hermana, a la que mantenía siempre -a la caja y a la hermana, como pieza central de exhibición artística- sobre su buró.
Cajita, a la que sí o sí, se asomaba todas las noches para cuchichear y mandar, a través de ella, como si fuera un portal, sus conjuros protectores, amor, y agradecimientos a toda su familia.
Esa cajita era mitad mágica, mitad altar doméstico, con vibes de santuario de asesino serial tierno. Sí, como ese espacio que lo hace inmensamente feliz, porque en él hace acopio de souvenirs de sus “víctimas” y espacios criminales favoritos. Esa cajita era como esas cosas brillantes que los cuervos se deleitan en robar; o como aquello que está siendo cuidadosamente seleccionado y acumulado en vida, para ser usado como almohada dentro del ataúd, para terminar cremándose juntos. En ella residían cuarzos y demás piedritas mágicas o medicinales, bien hubieran sido traídas de recónditas partes del mundo, como aquella de Kata Tjuta donde la Wicca-hermana había tenido una revelación, o bien, como la que ella misma había recogido en su ascenso a La Malinche -que bien a bien, realmente nunca supo si fue piedra o caca de gato-, sin importar que solo hubiera llegado a lo sumo, a sus faldas, porque estaba “bien pinche empinado” y que “qué fucking sentido tiene sufrir para llegar hasta arriba, para luego fucking volver a bajar, caray”; esa escalada había sido un entrañable viaje de familia, y solo por ello, merecía estar allí.
También vivían allí papelitos de colores con hechizos y protecciones; una vela morada, que era usada junto con el espejo de obsidiana para sus rituales escorpiónicos y plutonianos; un cuerito del que colgaba un dije de un árbol, de escasos dos centímetros, hecho con amatistas chiquitas engarzadas -piedra de su signo zodiacal- y regalo de su madre, de uno de sus múltiples y excéntricos viajes. Regalo invaluable de aquellos bellos y tan lejanos tiempos en los que todavía los grandes, altivos y coercitivos ojos cafés de la madre, conectaban con su cerebro, y que ese preciosísimo cerebro “con el IQ más alto de todo el Estadio Universitario de C.U.” sabía qué era cuerito, qué era amatista, qué era signo, qué era regalo y qué era hija.
Además descansaba allí una calaca dientona hecha con mecate, obsequio de su hermano menor, a quien amaba intensamente y quien le parecía la persona más creativa, honesta, guapa y simpática del mundo; hermano a quien en su infancia y adolescencia buleó, golpeó, sobajó y menospreció irrefrenablemente, como resultado de la evidente predilección materna y con quien, hasta los 27 años, y una vez divorciada de su primer esposo, resolviera sus diferencias -mentales- a través de la llegada de un mensaje metafísico, mientras manejaba sobre Insurgentes, al lado del Metrobús.
Habitaba allí de igual forma, un dije, tipo camafeo, de gran tamaño y poco peso, chafísima. Había sido de su abuela materna, que quién sabe quién con tan mal gusto y con tan poco varo, se había atrevido a darle.
Allí había también elementos que evidenciaban la falta de superación de la muerte del padre. Estaba asumido: ese duelo no cerraría jamás. Tarea pendiente para su próxima vida… o próximas. No era nada más el llavero de plástico con forma de corazón, que tenía, al centro, una foto encapsulada de su padre -que seguramente había sido tomada y comprada en alguna feria-, tan desgastado, viejo y borroso que bien podía ser la foto de cualquier otro politiquillo priísta de hueso colorado y no la de él. También estaba el morralito amarillo cerrado con un seguro, cuyo interior resguardaba doce diferentes piedritas medicinales, que de nada sirvieron para detener los dolores agonizantes de un cáncer de colon que lo dejó pesando 43 kilos, sino que además guardaba lo que quedaba de sus últimos lentes, que él le había dado en la ambulancia, camino al hospital, el día aquel, cuando ocurrió esa cosa horrible en el baño.

En la cajita había, además, otros elementos no tan simbólicos, pero igualmente trascendentales: su guarda oclusal, que era tan importante, como la vida misma. ¡No había estado todo un año viviendo un suplicio con Pros (diminutivo de Próspero) -el dentista gordito buena onda que usaba tennis de Bart Simpson y Minions, cuyo consultorio estaba arriba de una papelería y frente a la funeraria con servicio de crematorio exprés, y quien, con el mismo ahínco y profesionalidad con el que atendía muelas picadas, podía atender su agencia de viajes y hacer las reservas de fin de ciclo escolar a Disneyland-, para reemplazar sus 17 horrípidas – pesadas – gordas – encía-retráctiles – y pro-halitosis coronas de porcelana, por las novedosas – ligeras – translúcidas – tan naturales – y preciosísimas – coronas de circonio, como para que en una noche, el bruxismo hiciera de las suyas!
Allí mismo convivían unos tres o cuatro pedazos de copal, para que “no huela feíto allí adentro”; un abanico de madera “para mis bochornos de mujer mayor”; y su cuchillo de Rambo que le daba tanta paz, y que no dudaría ni tantito en usar “si alguien mala onda llegara a meterse a la casa o con alguno de ustedes”, también herencia del padre, y que mantenía envuelto en un paliacate hippie rosa, para no espantar a Iris, la muchacha.
Con la cajita entreabierta, en voz baja y con el dedo índice de la mano derecha extendido, como quien regaña cariñosamente a un niño, les dijo: “Aguántenme aquí un ratito, en lo que vivo mi libertad huevil”. Y luego cambiando de dedo extendido a mano sobre el corazón, continuó: “Lo siento mucho, pero es algo que quiero hacer sola. No estoy depre, ni estoy enojada, ni estoy triste, ni estoy nada. Solamente quiero echar la hueva, y la quiero echar indefinidamente, hacer lo que me plazca, a la hora que me plazca, y para hacerlo necesito que me den chance y (bajando aún más la voz, prácticamente susurrando) se queden aquí tantito. Disfruten. Los A M O”.
Y dejándoles un Cheeto gigante para minimizar su culpa, con la mano izquierda cerró la caja, al tiempo que con la derecha se despedía mandándoles besitos.
* * *
El sol que se colaba por el balcón empezó a darle en plena cara y elevó su temperatura corporal, despertándola. Del Cheeto gigante a ahora, habían pasado unas cinco, casi seis horas. Abrió los ojos.
Y por fin, pensó.
“F U U U u u u u u C K K k k k… ______
Me meoooo______… ¡NOOOOOOOooooo______!”
Cada que terminaba una palabra, bueno, cada que pensaba una palabra, al terminar de pensar y escuchar en su mente esa palabra, pujaba _______ -como sufriendo desesperanzadamente-.
“Ok. Ok. Ok._____… Tomémoslo como un desafío______ la actitud lo es todo_____.
Enorme_____ desafío_____
K. i. tar. cob. i. ja. s. d. n. ci. ma _____
Ba. jar. d. la. k. ma_____, ssstá altísmaaaaa_____.
Estaba tan empeñada en echar la hueva, tan en no hacer nada, que alteró hasta su forma de pensar. Pensaba arrastradamente, entrecortadamente, se comía palabras, no respetaba reglas de puntuación; usaba recursos gramaticales poco doctos, contradiciendo los más altos cánones lingüísticos. Los emojis, empezaron a ser sus mejores amigos y recursos de lenguaje no formal para expresar estados anímicos.
“K 👍 k puedo pnsar y escchar m voz dntro de m msma, así no tngo k esforzrm p abrir 👄, ni mcho menos apretr panza p k suba aire Æ pulmons, d allí Æ diafrgma, Æ contcto cuerds vocals = proyectar voz_______.”
“k 😩es hablar! k 🥱_______!
Qué chingón k ayer hizo ❄️ y n vez d usar su camiseta y chones, m puse estos comfy pants k resbalan poca mdre______. Exclentemnte bien invertidos esos 400 morlacos en los saldos gabachos de la tiendita del gym al que no voy 🤣. Eso, muy bien. La sudadera no combina_______, me vale madres_______. Hace frío todavía_______.
Gracias Universo que me hiciste tan inteligente, xk al elegir esta hoodie, tengo bolsta para cargar lo que necesite. Bien, pensemos en la mejor estrategia para iniciar el descenso______.
Podría rotar y dejarme caer en la cama del Flaco, o escurrirme hacia est lado -ayyyy montaña eres hermosa, hermosa, te AMOOooo- ajappp, escurrirme hacia est lado, peeero aquí pueden sucder 2 cosas, la 1ª, enredarme n las cobijs, la 2ª, caer demasiado aprisa y lastmarme el coxis. ¿Y si me roto, para ponerm boca abajo y luego me escurro, para así amortiguar el golpe c/ las rodillas y la cama del Flaco y ya d 1 vez quedo boca aò para arrastrarme hasta el 🚽 sin esforzarme de +?
Sí, allá voy______.
Contaré hasta 3_____.
Mejor no ______.
k 🫴 ______.
¡Ahhhhh! K bien. Pinches comfy pants, son ho-rren-dos, el estampado tipo batik, les quedó fatal 😂!!! n lugar de diseño tribal, parece d vaquita c/ manchas café c/ blanco, ternuritaaaaa, es terrible, pero son LA ONDA.
Mira no máaaaas, con tantito que ½ me impulse con las falanges d los pies, avanzo 1 loseta completa. k tipo de tela será? Se parece a la de mis pareos ticos. La tela es fresca, ligera, prfctos p/ este clima, definitivam/ my ultimate lazywear. Bracitos en ángulo de 90º al pecho, barbilla ncima d las manos, arre, ámonos.”
Y empezó a arrastrarse /deslizarse des-pa-ci-to. La travesía de la recámara al baño transcurrió en poco menos de 40 minutos. Lo había hecho realmente aprisa, apresurada, teniendo en mente al urólogo y su recomendación de “prohibido aguantarse, ni tantito”. Llegó chapeteada.
“Ashhh______… ¡NOOOOOOOooooo______!
Otro retooo_______… sstúpido scalón para ntrar al baño.”
Y haciendo gala de su inteligencia, logró sortear hábilmente el escalón, tomando descansos necesarios para no agitarse demasiado.
“Y ahora, ¿cómo coños alcanzo la taza? ¿Por k todo tiene k ser complicado 😩______? ¿No puedo nada + reposar? Todo lo que quiero es postrarme, escurrirme, no + “estar”, no hacer na-da.”
Y continuó pensando:
“Fíjat cómo son las cosas______. Cuando llgamos, ahhh cómo critiqué las llaves k pusieron n la parte baja de la rgadera, ¡k locos! pnsé, y mira… God works in mysterious ways.
Set completo, fría – derecha, caliente – izquierda y llave-mezcladora-centro.
Tocará mear, cagar, lavar, enjuagar… todo aquí.”

Una vez lanzados fuera de la regadera comfy pants y sudadera -con un solo movimiento lateral del antebrazo y muñeca paralelos a la loseta de piedritas en la que se encontraba, y sin comprometer codo, brazo y nuncamente el hombro-, continuó su arrastre hacia las llaves del agua. Las abrió sin despegar su cuerpo del piso, y una vez templada el agua, se alocó y pasó de estar boca abajo, a estar boca arriba, y feliz giró varias veces su cuerpo sobre la espalda, enamorada del agua que tan gozosamente caía… liberada de su propio peso corporal, movía piernas y brazos a placer, disfrutando al máximo los rayos del sol que se filtraban a través de la ventana, y que proyectaban en su abdomen segmentado, diversos patrones claroscuros.
A veces se quedaba como estática, como jugando a hacerse la muerta, “😹 😂 🤣” pensaba… “k rico sería todvía movrme menos, mucho mcho mnos… y kdarme así…”. “Encantada” … “Desencntada” … “Encntada” “😹 😂 🤣” y se quedaba varios minutos así, inmóvil, rígida, petrificada.
Andaba haciendo sus gracias, cuando se escuchó un fuerte SHHHHHHHhhhhhhhh liberador y potente, que duró varios minutos. SHHHHHHHHHhhhhh sonaba el siseo de la agüita amarilla saliendo de su cuerpo, recorriendo las piedritas y combinándose con el agua, que, a estas alturas, ya se había anegado en la coladera -taponeada con los pelos de los residentes de la casa-, y cubría más o menos unos dos centímetros de altura, seguido de un ¡AAAahhhhhhh! de satisfacción.
Los Kegels eran ahora solo un recuerdo. Mear volvía a ser un acto de liberación y placer pasajero. Lo que sí no pudo evitar fue hacer el ejercicio de supervisión sensorial ya tan integrado en su ritual de micción. Éste corroboraba que la orina estuviera en su PH justo y, por ende, libre de contaminación. Cualquier variación a su característico aroma, consistencia, temperatura y color, haría sonar todas las alarmas.
Acá ya no había necesidad de desgastarse haciendo la operación sumo -que implicaba brincar como haciendo sentadillas, unas tres veces sobre la taza del WC, para después elevar primero la pierna izquierda abajito de la altura del hombro y azotarla furiosa y enérgicamente contra el piso, para después, replicar el movimiento con la otra extremidad-, de forma tal que eliminara todo rastro de orina que pudiera haberse quedado sin vaciar en la vejiga.
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Tampoco había que limpiarse de adelante hacia atrás, ni analizar los restos del fluido corporal en el papel higiénico, ni tener el alma en un hilo hasta obtener el resultado de “negativo”, concluido este segundo análisis.
Acá, solo había que dejar de controlarlo todo y soltar.
Soltar y fluir.
Si llegara a quedar algo de orina en la uretra o en el meato urinario externo, pues eventualmente saldría, y de salir -de su cuerpo en espasmódico arrastre-, pues, eventualmente se secaría.
Pasado un rato y pensándolo un poco, no mucho, aprovechó para cagar de una vez.
Total… ya estaba allí.
El agua había subido medio centímetro más.
Ahora el juego consistía en atinarle al chorro del agua; guiar su defecación al chorro para deshacer su caca con el agua casi hirviendo -práctica que, desde chiquita, dominaba naturalmente.
Su madre le había enseñado, a eso de los nueve o diez años, la mejor técnica para hacerlo, cuando la castigó por haberse tragado por segunda ocasión, junto con un esquite, la incrustación de oro recién colocada en uno de los premolares del maxilar inferior derecho. La única diferencia en este caso era la ausencia de la coladera de cocina que su ariana madre le habría comprado como equipo herramental de trabajo.
Con ella -le explicó su madre-, tendría que interceptar las heces que salieran de su prepuberto culo, antes de que éstas cayeran al excusado, y una vez allí, en esa elástica y milimétrica red, ayudada por el agua hirviendo, debía amasar, hacer gusanitos y licuar la mierda, hasta encontrar la pepita de oro. Estuvieron ausentes, de igual forma, los deliciosos esquites consumidos aquella noche, en León, Guanajuato, durante aquel inolvidable viaje familiar; por lo que menos aún, hubo que encontrar tres días después, la incrustación dorada, escondida dentro de un grano de elote sin degradar, onda avellana en un Ferrero Rocher.
“AAAAHHHH!! k bien que quedó aquí, a la mano, el shampoo d mi Gordito, porque Bioderma… inalcanz… 🙅♀️”
Concluida la higiene, permaneció encuerada, tendida en el piso de la regadera hasta secarse.
* * *
“YAAAAWWWWWNNN, MT, MT, MT
¿Cuánts oras an pasdo? ¿cts días hn pasado 🤔? La ⛰️ se ve con el copete rojo, stá amaneciendo.
Pffff qué sed_____ y k ambre!!_______… y la cocina está ò_______… UltraFUUUcckkk.
Si bajo, ya no subo. ¡ 😩 😩 😩 !”
Por un momento dudó en bajar, más que por la posibilidad de morir de inanición, por el esfuerzo que esto le presuponía.
Fue allí cuando entendió tanto, pero tanto a Ulises; estaba ante su propia odisea: doce escalones, ¡doce! Luego, seguiría el recorrido de la sala hasta la cocina; llegar frente al refri; ladearse para “librar” el ángulo de apertura de la puerta; estirar el brazo, simular una pinza con la mano derecha haciendo un esfuerzo mayúsculo -y sin soporte alguno-, para mantener sostenido y extendido el brazo; apretar el abdomen, retener un poco el aire, ejercer fuerza; y levantar más de los límites permitidos el brazo derecho para despegar la puerta del refri del refri, mantenerlo abierto con el peso de su cuerpo; rotarse; alzar el cuello; abrir los ojos y mantenerlos abiertos por un rato para ver qué hay; posteriormente, cerrarlos mientras piensa y elige qué va a comer. ¡PENSAR! ¡ELEGIR! Elegir lo que esté más a la mano, pero también lo que le dé más energía, para comer poco, y que dure mucho.
“Ufffffff, el agua d jamaica está hasta el 1er estante, ⇧ del “tupper de lácteos” … impsibl llgar hasta allá 🙅♀️. ¡Maldita Kondo-Mari y su best way p orgnizar mi happy fridge!”

Le parece maravilloso que él otra vez haya dejado su toalla colgada en el barandal de la escalera, al menos, en esta ocasión servirá de algo.
Así… boca abajo, as usual, la pone debajo de sí… patitas hacia los escalones, como yendo hacia abajo, cabeza hacia el lado contrario y ya con la toalla, se desliza tranquis.
“Mira tú, pnsé k haría + 🕒, tdavía llegué c/ poquita luz, o sea k… qué, serán ¿k? más, menos, ¿las 6:30 d la tarde?”
Ahora, igual, así, boca abajo, a arrastrarse hasta el refri.
Fffffsht (el refri se abre, iluminando parte de la cocina).
“Grcias Universo xk conservo n agua las 🥕 🥕 🥕 p/ prolongar su existncia” -estaban allí las tres botellas de agua, a una altura soportable, pero vacías, pues él no tenía la buena costumbre de rellenarlas.
“🙏, xk tngo jícama n el cajón de tubérculos y 🌶️ habanero en la puertita lateral”
“🙏, gracias, 🙏, porque ¡no le dio tiempo d comerse el mango!”
Ella come… bebe… cierra el refri… gira sobre un costado… gira sobre el otro… se tira de espaldas.
Consume por niveles y gustos lo que a su alcance queda. Primero, ingiere lo que menos palatable le parece: papas crudas y agua de zanahoria…
Otro día, opta por: pepinos, Tajini y agua de zanahoria… luego, le entra a las zanahorias y al agua de zanahoria… Se pone mejor cada vez la cosa, ahora ataca la jícama, chile habanero y agua de zanahoria.
Y allí permanecía ella, cerquita del refri.
Cuando no comía, le encantaba tenderse sobre su espalda, para estirarse un poco y descansar de la pesadez de su propio cuerpo, moviendo brazos y piernas, para luego quedarse hooooras como una estatua, quieta, tiesa.
Los días que comía cosas más dulces, le entraba un sugar rush, y era entonces cuando se iba a dar un rol -sin separarse mucho del refri-, y moviéndose con una agitación rara, como sin rumbo.
Pegaba dos, tres mordiscos y dejaba allí las cosas, a medio comer, para luego, días después, retomar, valiéndole dos pepinos que estuviera oxidado, marchito, a punto de…, o sin sabor.
Estaba como mi amiga Belén, que comía directamente de la olla con la pala de madera con la que había cocinado, total… nadie la veía… nadie vivía con ella… llevaba ya mucho tiempo sola, tanto, que empezó a desarrollar patrones conductuales poco usuales, como éste. Así, directamente sacaba la olla del refri con el mole con pollo deshebrado que había hecho días antes, con el mole que había comprado hacía unos cinco o seis años, en un viaje que había hecho para por fin subirse al teleférico, llegar al Fuerte de Loreto, y conocer dónde se había gestado la Batalla del 5 de mayo.
El mole ya sin sabor, ¿sabes? -como el mole que queda en la ofrenda, el día después del Día de Muertos, cuando el difunto ya vino, ya convivió con su familia, lo comió y se llevó con él su esencia-, pero que según ella todavía “aguantaba”, y entonces hacía un chingo, para que le durara varios días.
Y así transcurría la vida de la olla y la pala: amigas, amantes, inseparables. A donde iba una, le seguía la otra. Sus salidas, en horarios totalmente pecaminosos, implicaban el paseo del refri a la estufa, que no servía para calentar, sino para fungir como antecomedor de pie, como barra pues; y tras unas cuatro paladas, que no cucharadas, la pala era lamida desde su base hasta la punta por diversos ángulos, para posteriormente ser olida, “todavía aguanta”. Y tras asentir con la cabeza, pala y olla con mole iban de regreso al refri.
Días duraba el mole y semanas el tórrido romance olla-pala. Lo mismo podían tener dates a la estufa–barra, que al excusado–barra, jardín-barra, recámara-barra, todo bajo la envidiosa y tristísima mirada de una mujer tan falta de esencia, como lo que comía… “somos lo que comemos”. Belén, harta y entre lágrimas, destruía ese amor: tallaba con fruición olla y pala, pala y olla, y las dejaba intencionalmente separadas en el escurridor, para luego revictimizarlas, ampliando mucho más su lejanía y disfrutando maquiavélicamente su venganza, al guardarlas en sus respectivos lugares. Y así, hasta su próximo idilio.
Estratégicamente reserva el mango.
Y lo ansía cada día más.
Y lo huele a través de la puerta.
Y hace un enorme esfuerzo para abrir de cuando en cuando el refri, y lo ve, alláaaaaa, arriba, y suspira entrecortadamente -como los bebés cuando acaban de berrear después de un putazo- desde su ella tan abajo, y siempre con ese sentimiento de añoranza eterna, como quien en sus años mozos, vio a Luis Mi en traje de baño blanco, mojado, en el video de Cuando calienta el sol.
“¡Estás tan arriba… SSSNNNFFFF… a- a- a- a- a- y-!”
Y el mango al escucharla, rápidamente se gira para quedar de espaldas a ella, para luego voltear de reojo a verla por encima del hombro, seductoramente y con bravura, como si fuera bailaor de flamenco en un tablao, devolviéndole la mirada y gritándole, para que lo escuche bien-bien, hasta allá abajo:
“Who’s your daddy?”
“Who’s your daddy?”,
acompañando palabra con acción, pegándose en las pompas, exaltadas, macizas y turgentes, enfundadas en su traje de baño rojo … mojado.
Ese delicioso mango petacón es de los primeros de la temporada. Estamos en marzo. Equinoccio. La temporada de mangos va de mayo a julio.
Está casi en su punto. Es grande. Ni muy maduro, ni muy verde; ni muy dulce, ni muy ácido… de esos que cuando muerdes, dices:
“Ohhhh síiii, es mucho más carne que hueso” y profundizas y amplías, ahora sí, con confianza, la mordida. Es de esos, de los que, desde que los estás pelando -de la mitad hacia arriba, dejándole como calzones para no embarrarte la mano-, se te va escurriendo el jugo entre los dedos, llegándote hasta el codo, y que, por supuesto, lames en sentido inverso, desde el codo hasta el mango, como no queriendo desperdiciar nunca nada; y que, cuando quieres tragar, se te hace una mezcolanza en la cavidad bucal, entre sobreproducción de baba, jugo, pulpa y acidez, que te provoca cosquillas en la parte trasera, como en las esquinas de la garganta, pero como por debajo de la articulación de la mandíbula, pero como por dentro, y que no puedes parar de sonreír, de reír, porque te duele, pero rico…
Y lo mejor, es que está frío, helado.
“Encantada”… “Desencntada” … “Encantada” “😹 😂 🤣”
Se raciona.
Días enteros sin comer.
Sueña con él.
El aroma dulce del mango la excita. La llama.
Llegó a tal punto su fascinación, que paulatinamente su cuerpo y mente, estimulados sobremanera, se activaron.
Sus movimientos ahora eran rápidos, hasta impetuosos, diría yo. Podía caminar ágilmente y de pronto dar giros bruscos, detenerse en seco o correr como en zigzag. Se ponía nerviosa de la nada y andaba siempre como en estado de alerta.
Lo mismo ocurrió con sus pensamientos, venían uno tras otro, como en desbandada, aunque muchas veces permanecía más en la contemplación, en el mundo de las sensaciones y del deleite, más en contacto con el plano terrenal, el corpóreo.
Ahora, su actividad favorita era acercarse lo más posible a la puerta del refri e inhalar con fervor, con tenacidad, aquel perfumado aroma. ¡Vibraba de emoción!
Su ejercicio de olfato pasó de ser un simple “SNIFFFF” a especializarse en un verdadero ejercicio de pranayama que podía llevarle horas. Hacía aspiraciones profundas y laaaaargas y luego sutiles y cortas; a veces las hacía con la narina izquierda, luego con la derecha, luego con ambas. Retenía el aroma presionándose ambas fosas nasales y contaba hasta 10 -o hasta sentir sus pulmones estallar- para después, expulsar el aire por la boca, de forma controlada, pero con mucho placer, como quien acabara de orgasmearse por tercera vez -con ojito de huevo cocido y sacudiendo arrítmicamente la patita, y toda la cosa.
En los espacios cuando meeeedio se distanciaba del refri, aprovechaba para recrear sensorialmente el aroma del mango y desmenuzarlo, como si hubiera sido “nariz” de una gran casa francesa de perfumes, en alguna vida pasada.
“¡Qué delicia… aroma… solar y dulce… aroma carnoso… notas jugosas de néctar… fondo ácido y chispeante SNIIIFFFFFF, MMMMhhhhhh, … UYYyyy ¡un susurro de resina verde! Eco tropical, sensual”.
Además, explora mentalmente su silueta, colores, forma y textura.
Recorre imaginativamente el cuerpo del mango de abajo hacia arriba. Primero, por la parte anterior y después la posterior -como antaño, como cuando practicaba Yoga Nidra-, se detiene un poco más en cada uno de sus lunares, pecas y marcas distintivas, analizando hasta su origen – “bellísima mancha solar… una hendidura en tu lisa, firme y satinada piel ¿fue una rama?… aquí, peleaste con otro mango… ¡OHHhh! una marca de la caja que alguna vez te contuvo”-, señas particulares que lo hacen hoy, cada día, más y más apetecible.
* * *
Es verano.
Una noche especialmente calurosa, 34ºC, decide dar rienda suelta a sus más bajas pasiones. La espera se había alargado ya meses. Hoy se comería por fin ese mango.

Hacía ya mucho que los comfy pants-tribales-batik-pero-vaquita Guernsey habían transmutado. De pantalones a shorts, de shorts a chon, de chon a top, de top a dos ligas para el pelo, pues con ese calorón, solo se podía vivir estando en cueros y con el cabello medio recogido en dos trencitas.
La sudadera, en cambio, había corrido con mejor suerte, y cuando no estaba por allí aventada, hacía las veces de almohada.
Desplazarse entre meadas, cagadas, escupitajos, verdura putrefacta y agua de zanahoria en franco estado de descomposición, era ya una experiencia más bien chiclosona.
En fa, abrió el refri, replicando los movimientos que de cuando en cuando hacía para stalkear al mango. Pero en esta ocasión, fue diferente. Todo fue en fast track.
Era como si el mango también la hubiera estado esperando. Fue nada más verla abrir la puerta, para dejarse ir como gorda en tobogán y gritarle fuerte, para que ella lo escuchara bien-bien hasta allá abajo:
“Come to Papa”
(Extendiendo los brazos hacia ella y cerrando y abriendo los puños).
Lo sostiene entre ambas manos, tendida sobre su espalda. La sudadera está de almohada y las ligas al final de sus largas trenzas, son su único vestido. Es ya de madrugada y la luz titilante y tenue provocada por la puerta entreabierta del refri enriquece el sensual ambiente, recreando sombras y claroscuros, como si la escena estuviera alumbrada por velas.
Lo recorre nuevamente de cabo a rabo, lo toma con la mano izquierda y mientras lo rota, con el dedo índice de su mano derecha va señalando sutil y paulatinamente, pecas, lunares y marcas. Terminando de hacer esto, se acerca mucho a él y hace una fuerte aspiración, extasiada, como queriendo llevar su aroma, su alma, hasta lo más recóndito de su ser. Así teniéndolo cerquita, abre la boca y le da un pellizquito con los dientes para hacerle un hoyito.
Las papilas gustativas entran inmediatamente en acción y empieza a segregar cuantiosa saliva. Con esa misma mano, la derecha, le quita lentamente la camisa… al hacerlo, se asoma la exuberancia amarilla, de carnes firmes y opulentas. Introduce a su boca la piel previamente retirada y la jala hacia afuera, sujetándola con los dientes para limpiarla -onda huauzontle-, y quitar todo rastro de fibra que pudiera haber quedado. En un solo movimiento lanza la camisa a lo lejos y vuelve a tomarlo entre sus dos manos.

PRIMERA MORDIDA.
Lanza una mordida grande y profunda. Perfecta.
El jugo se le escurre por la comisuras de los labios, recorre mentón, cuello y nuca.
Segunda mordida.
Gira el mango 180º y hunde los dientes casi rozando el borde de su traje de baño, y muerde hacia arriba. El maxilar inferior es el único en movimiento, el superior solo sirve para retener.
Tercera mordida.
La pasión la consume y enseguida da una cuarta, quinta y sexta mordidas seguidas, una tras otra. La pulpa rebasa la capacidad bucal y empieza a caer en pedazos grandes hacia su pecho, atrás del hombro, otro más por el cuello. Mientras mastica ávidamente, aprisiona el hueso entre los dientes y con la mano izquierda libre, entre luz titilante y claroscuros, a tientas, trata de recuperar desesperadamente los pedazos de pulpa caídos. Voltea hacia abajo buscando la pulpa con ojos y mano. El mentón le gotea y terminan de caer trozos más pequeños a medio masticar. Una mano temblorosa y rápida busca, mientras un par de ojos brillantes bailan viendo hacia abajo, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Levanta un poco la cabeza de la almohada para tentar, sentir y recuperar el pedazo que cayó atrás de la oreja derecha, por el cuello y al hacerlo, le parece entrever un manchón bicolor. “BAHhh, es mi liga”.
Sigue buscando.
El manchón se mueve.
Continúa su búsqueda de recuperación.
Vuelve a levantar el cuello, se limpia la cara con el antebrazo derecho.
El azúcar del mango hace que todo se le pegue.
El cabello rizado no ayuda, se le mete a la boca; se lo saca, se limpia otra vez, vuelve a jalar el pelo. Siente patitas por el hombro.
¡AGGHHH!
Gira la cabeza.
¡AAAGGGGHHH!
¡Manotazo! ¡PAF!
Contra la pared.
¡NO MAMES!
¡GLURGH! ¡Le cae en la boca!
Patitas en movimiento, entre labio superior, canino y premolar.
¡Manotazo! ¡TUFF! De nuevo en la pared.
* Esto se ha transformado en un verdadero partido de frontón*
¡PUAJ! La ve rebotar en cámara lenta, va hacia ella, dando giros:
Primer giro: “¡Viene de nachas!”
Segundo: Patitas al aire, gira sobre su espalda.
Tercero: “¡¿Qué chingados…?! ¡Tiene dos cabezas!”
Cuarto: Vista inferior… “¡Mal del pinto! ¡¡No pinches mameeeesss!!”
Quinto: ¡PLAF!
“Está aquí, cayó junto a mí.
Sobre mi hermoso, cano y rizado pelo.
Panza arriba.
Igualita que yo.
Patitas temblando.
Igualita que yo.
Raspa.
Lame.
Succiona.
Vibración.
Antenas.
Soy una de las cabezas.”
Gira la suya: “Amor, ¿me ayudas?” “Gracias”, mientras devora.
